Es muy importante que los niños tengan autonomía de criterio y no se sometan a los deseos de los demás. ¿Qué podemos hacer los padres al respecto?
Hay niños más pasivos que otros y que necesitan un amigo más activo que les estimule. Esto es normal y beneficioso para ambos críos en cuestión, pues sus personalidades se complementan.
Incluso es esperable que en un grupo de niños surja un líder (o varios: del deporte, de las fiestas…). Son niños que poseen un don especial para organizar y mandar que, gracias a la escuela, pueden sublimar y convertir en algo útil. Por otro lado, los demás pueden girar alrededor de estos líderes sin que por ello tengamos que hablar de niños sumisos o sometidos y niños autoritarios o manipuladores.
Cada crío tiene su personalidad. De hecho, muchos de los que son tranquilos y reflexivos están considerados como parte imprescindible de la pandilla de amigos.
Muy atentos a las señales de alarma
No obstante, hay que saber diferenciar cuándo estamos ante una pasividad normal y cuándo ante algo más serio.
A Helena (nueve años) le gustaban las películas de indios pero, como a su adorada Paula (diez años) le parecen una tontería, ha dejado de verlas. Ha perdido ya dos videojuegos porque se los prestó a Paula y ésta los extravió. Sin embargo, Helena no se enfada y la justifica. Y si Paula dice que la seño es idiota y hace trastadas en el colegio, Helena –que siempre ha sido una santa en clase– la sigue en sus correrías.
Cuando un niño es exageradamente pasivo, no hace nada por su cuenta, necesita que otro le proponga cosas constantemente, se somete siempre a lo que dice y hace su amigo, quiere vestirse igual que él, hacer todo lo que hace él… es cuando hay que preocuparse. Parece que el pequeño ha perdido su identidad, deja de existir para vivir solo en función del otro. Se establece así una dependencia afectiva y moral, y una absoluta incapacidad para encontrar un deseo propio.
El papel de los padres es muy importante
¿Por qué un niño se deja anular por otro? ¿Por qué necesita adosarse a alguien con características manipuladoras? Ésta es una de las primeras cuestiones que los padres deben preguntarse.
Puede ocurrir que prefiera adherirse a un compañero manipulador antes que quedarse solo, fuera de la pandilla. A menudo, suelen ser niños que no tienen autonomía suficiente y que poseen un pobre concepto de sí mismos.
Para ayudar a un hijo así, los padres tendrían que hacerle valorar sus proyectos, su imagen, sus deseos. Es decir, habría que incitarle a pensar, a proponer cosas (juegos, ir a ver una película, organizar una excursión al campo…). Es importante preguntarle qué es lo que quiere hacer o dónde quiere ir. Muchas veces los adultos no interrogamos a los niños por miedo a que sus respuestas no coincidan con nuestras ideas y descoloquen nuestros planes.
Pero un crío de estas edades ya puede y debe expresar sus deseos («no quiero ir a casa de la abuela todos los domingos», «quiero ir a la sierra con mis primas», «me gusta este programa de la tele aunque a ti no te guste», etcétera). Esto no significa, de ninguna manera, que los padres tengan que acatar a pies juntillas todo lo que dice su hijo, pero es una forma de darle autonomía, de demostrarle que sus ideas y proyectos tienen un lugar. Es recomendable hablar mucho con él y fomentar, incluso, la rebelión.
Cambiar una dependencia por otra
Un error frecuente entre muchos padres que ven a su hijo sometido a un pequeño dictador es intervenir directamente y decir: «No quiero que te juntes más con ese niño». Si son ellos los que cortan la relación desde arriba, no permiten que el crío, en un momento dado, sea capaz de cortarla por sí solo. Se cambiaría así una dependencia por otra, y los padres se convertirían en unos nuevos manipuladores. Además, lo más probable es que el niño, que tiene «un pacto de fidelidad» con el compañero, se oponga a sus papás.
Lo verdaderamente operativo es que los padres ayuden a su hijo a entrar en contradicción, a hacer su propia crisis. Hay que preguntarle, por ejemplo: «¿Qué pasó con tus gustos? ¿Cómo es que ya no juegas al baloncesto con lo mucho que te divertía?». «¿Por qué ya no vas a casa de Alicia o de Federico?». Hacerle reaccionar es una tarea lenta y difícil para la que hace falta serenidad y respeto.
No hay que atosigarle con estos cuestionamientos ni pronunciarlos en un tono impaciente y reprochón, pues sería contraproducente. Tengamos en cuenta a nuestro contrincante. Se trata de un pequeño manipulador. Un niño con problemas que padece un narcisismo y un egoísmo exagerados, que está acostumbrado a hacer lo que desea, pues no se le han puesto límites, y a tener a los otros críos seducidos y tiranizados como si de esclavitos se tratara. No es fácil que un pequeño admirador incondicional se separe de un crío de estas características.
También es fundamental que los padres hagamos examen de conciencia, que reflexionemos sin miedo para descubrir algún posible error que estuviésemos cometiendo en su educación. ¿Le damos suficiente independencia? ¿Le dedicamos el tiempo, el amor y la atención que precisa? ¿Qué nos está queriendo decir con esta actitud?
La función del psicólogo
Si, a pesar de todos nuestros esfuerzos, el niño no puede despegarse del «mandón» y construir un criterio autónomo, habrá que consultar con un psicólogo que indague más a fondo en el problema. No lo dejemos pasar por alto pesando que ya se le pasará.
¡Tú no mandas en mí!
Es fundamental que los niños aprendan a edificarse un criterio propio sobre las cosas y que sepan defenderlo sin temor a lo que opinen los demás. Incluso, si es necesario, deben ser capaces de plantarse ante cualquiera, ya sea niño o adulto, y decir NO. De lo contrario, podrían ser propensos a las manipulaciones de cualquier desaprensivo (pandillas indeseables, drogas, abusos sexuales, etc.). Fomentemos con alabanzas y apoyos sus muestras de independencia y libre opinión.
Asesor: Guillermo Kozameh, psicoanalista infantil.