¿Tenemos que intervenir cuando un niño le quita el balón al nuestro o al revés? Al intervenir, ¿ayudamos a los pequeños o les impedimos desarrollar su capacidad de defenderse?
Juan está jugando con su balón en un parque público, cuando llega Jorge y se lo quita. Juan se pone a llorar. Quiere su balón. ¿Qué podemos hacer? ¿Tenemos que intervenir? Por lo general, solemos confiar en que la madre de Jorge sea la encargada de poner orden, de acuerdo a unas reglas de convivencia que todos (más o menos) conocemos. Si no es así o si la responsable del otro niño no actúa, la mamá de Juan tiene varias opciones:
- Puede levantarse del banco corriendo y ordenarle al usurpador que devuelva el balón.
- Puede consolar a Juan, esperar que la otra madre intervenga, distraerle con otra cosa…
- También puede no hacer nada.
En cualquier caso, lo más probable es que su actitud sea diferente si no hay más adultos que si está delante la madre del otro niño. Si, encima, es una amiga o una persona con la que quiere quedar bien, intentará hacerle ver a Juan que puede prestar el balón al otro niño, que hay que compartir… Por la misma regla de tres, es probable que la madre de Jorge regañe a su hijo y le obligue a devolver el objeto arrebatado.
Al intervenir, ¿les estamos haciendo un favor a los pequeños o les estamos impidiendo desarrollar su capacidad de defenderse solos? ¿Lo hacemos para educarlos o para quedar bien delante de otros adultos? ¿Les estamos dando mensajes contradictorios?
Existen unas pautas básicas que pueden orientarnos. Para empezar, si no hay «peligro de muerte» y el conflicto es entre iguales, es decir, entre niños de la misma edad y el mismo tamaño, lo más aconsejable es dejar que lo solucionen solos, con algunos matices.
«A los tres y cuatro años, los pequeños están empezando a adquirir herramientas sociales de comportamiento que van en paralelo al desarrollo de su inteligencia emocional, es decir, están aprendiendo a ganar control interno. Por eso, puede ser útil recordarles ciertas reglas que no deben olvidar», apunta la pedagoga María Indiano. Para empezar, no se pega y tampoco se arrancan las cosas de las manos. Y cuando dos niños quieren un mismo objeto de uso común (por ejemplo, un columpio de un parque o un juguete propiedad de un tercero), tiene prioridad el que estaba usándolo; el otro podrá tenerlo cuando el primero acabe de jugar con él.
Lo que sí funciona es mediar entre los niños
«Aparte de recordar las reglas, en muchas ocasiones, si el conflicto se alarga o una de las partes parece demasiado afectada (por ejemplo, si Juan no para de llorar y el otro niño ignora su queja), podemos agacharnos para estar a su altura y hacer de mediadores. Es un papel delicado, que no tiene nada que ver con hacer de policías, pues se trata de echar mano de toda nuestra imparcialidad para poner sobre la mesa con palabras lo que está pasando. Sin juzgar, sin manipular y sin obligar a nada a los protagonistas», aconseja Indiano. «Juan, estás llorando porque no te ha gustado que Jorge te quitara el balón, ¿verdad? Jorge, ese balón es de Juan. Pero tú lo querías porque te apetecía jugar con él, ¿verdad? ¿Qué se os ocurre que podéis hacer? Juan, ¿quieres prestarle el balón a Jorge si te lo pide por favor o si espera a que tú lo uses primero? Jorge, ¿quieres cambiarle el balón por uno de tus juguetes o ir a casa a por el tuyo? ¿Se os ocurre otra manera de arreglarlo?».
Las palabras mueven montañas a la hora de resolver conflictos de intereses, además ayudan a los niños a poner nombre a lo que están viviendo y a comprender sus sentimientos. Y, sobre todo, son la clave para aprender a negociar, una habilidad indispensable para desenvolvernos en la vida a todas las edades.
- Es fundamental ser coherentes: si no intervenimos cuando nuestro hijo le quita el balón a otro niño, tampoco debemos hacerlo si el otro niño le da un guantazo para que se lo devuelva o cuando sea él quien se queda sin el juguete. Es difícil, sí, porque a veces nos cuesta más mantenernos al margen si es nuestro hijo el que sufre o, en otros casos, si es el que avasalla.
- Recordemos que la única forma sana de intervenir es siendo neutral y actuando siempre de la misma manera: solo así nuestro hijo aprenderá con claridad que todos los niños tienen los mismos derechos.
- Otro error común es negar los sentimientos del pequeño con frases como «no ha pasado nada». «Si no ha pasado nada, ¿por qué tengo ganas de llorar (o por qué siento tanta rabia)?», se preguntará Juan, confundido.
- Tampoco ayuda distraer del problema: si cuando Juan llora porque le han quitado su balón, le decimos «ven, que te voy a comprar un helado» o «¡mira qué camión tan chulo!», se distraerá y dejará de gemir, pero solo aprenderá a evadirse de los problemas y seguirá sin saber cómo actuar cuando vuelva a repetirse la misma situación.